Como si construir una central eléctrica de 217 MW en una selva tropical no fuera bastante difícil, los trabajadores del proyecto hidroeléctrico de Changuinola tienen que hacer frente también a un gran número de animales salvajes.
Por Brian O’Sullivan, Panamá.
Todos nos quejamos de vez en cuando de las molestias del trabajo, pero en la mi-nería o la construcción esas molestias pueden llegar a ser tremendas. Las largas jornadas de trabajo, las inclemencias del tiempo, la presión de los plazos, los meses lejos de la familia… No faltan motivos para quejarse.
La próxima vez que le entren ganas de hacerlo, acuérdese de los trabajadores del proyecto hidroeléctrico de Changuinola, en las profundidades de la selva tropical panameña, quienes no sólo tienen que aguantar todo lo anterior, sino también escorpiones que se cuelan en sus alojamientos, serpientes venenosas que caen sobre ellos desde los árboles, panteras negras, pumas, ¡e incluso “abejas asesinas”!
Cerca de la frontera con Costa Rica y a 600km de la capital de Panamá está Changuinola, un pueblo de pescadores que recibe su nombre del río junto al que fue construido. Hogar de tribus indias durante siglos, los únicos forasteros que hasta ahora habían osado adentrarse en esta espesa jungla eran bananeros y turistas ávidos de aventura. Pero Panamá está cambiando. La notable ampliación de su famoso canal es sólo una parte del boom de la construcción que está poniendo en el mapa a este país centroamericano, convirtiéndolo en un centro económico y turístico importante.
Esta expansión económica supone una gran presión para la infraestructura del país, incluida su capacidad de generación energética. Para hacer frente a este problema se está poniendo en marcha un ambicioso plan que pretende utilizar los ríos del país como fuente sostenible de energía eléctrica. La estrella de este plan es el proyecto hidroeléctrico de Changuinola: una presa de hormigón compactado con rodillo de 90 m de altura, que tendrá una anchura de 545 m y contendrá una reserva de 122 millones de metros cúbicos de agua, canalizados por una traída subterránea con revestimiento de hormigón de 3.952 m de largo hasta una turbina de 207 MW. Una vez terminado, el proyecto generará todos los años 939 GWh de energía.
AES Changuinola, empresa subsidiaria de la norteamericana AES Corporation, es la encargada de ejecutar el proyecto junto con un consorcio formado por la francesa Alstom y dos empresas danesas, E. Pihl & Son y MT Hojgaard. Cerca de mil personas han trabajado en el proyecto desde que se inició en 2007, incluidos 300 operadores que manejan 150 máquinas móviles. Volvo es el principal proveedor de maquinaria para el proyecto, ya que suministra 34 máquinas a través de su concesionario local, Comercial de Motores S.A. La flota Volvo consta de dieciséis dúmperes articulados A35D, once cargadores de ruedas, dos excavadoras de ruedas EW180C con Rototilt (para nivelar terraplenes), una EC700 de 70 toneladas, una motoniveladora G710B y una retrocargadora BL60.
La confiabilidad de la maquinaria es un factor crítico, ya que el fin del proyecto está previsto para 2011. Toda la flota Volvo está protegida con un acuerdo Oro de atención al cliente, que responsabiliza a Volvo de todas las tareas de reparación y mantenimiento, y garantiza una disponibilidad mecánica de las máquinas de al menos el 90% durante las primeras 8.000 horas de uso. En realidad, la disponibilidad total de la flota durante el primer año de trabajo fue nada menos que del 98,31%.
Al mando de la flota Volvo está Tommy Hokkanen. Con la ayuda del supervisor local Abraham Acosta, nueve técnicos y cinco contenedores repletos de piezas y he-rramientas, Tommy y su equipo trabajan 18 horas al día repartidas en dos turnos durante seis días a la semana.
“El terreno es de arcilla roja y húmeda”, explica Abraham. “Incluso los calentadores de los bajos de los dúmperes tienen problemas para funcionar. A veces incluso empeoran la situación, convirtiendo el te-rreno en un montón de barro pegajoso. Pero estas máquinas hacen un buen trabajo. La EC700 es muy eficaz para despejar el te-rreno, eliminar recubrimiento y hacer grandes excavaciones, mientras que los cargadores de ruedas llevan material a las trituradoras y extraen rocas del río.”
Encontrar buenos trabajadores para condiciones tan extremas no es nada fácil, así que Tommy y Abraham hacen un gran esfuerzo para formar a los operadores. Esto incluye enseñarles a usar un cucharón de vuelco lateral, que tendrán que emplear cuando los cargadores de ruedas empiecen a trabajar en el interior de la traída subterránea.
Se trata de un proyecto a gran escala que cubre una enorme superficie, hasta el punto de que varias tribus locales viven en la zona de construcción. Esto significa que hay niños y adultos que transitan por los caminos de acceso y a los que hay que tener en cuenta en todas las actividades. La seguridad se toma muy en serio y se utilizan cámaras controladas por radar para vigilar la velocidad en los caminos de acceso. Las sanciones por incumplir las normas son duras e incluyen la prohibición de circular por la obra o incluso la expulsión del proyecto. El sistema parece funcionar y, salvo alguna que otra mordedura de serpiente, no se han registrado accidentes graves en la obra.
“No se trata sólo de la seguridad”, dice Per Moberg, responsable general de todos los tipos de maquinaria empleada. “Estamos en un entorno muy sensible, una selva tropical que incluye además 1.922 hectáreas de reserva nativa. No puede haber vertimientos de aceite y, si los hay, por cada litro de aceite vertido tenemos que retirar 1 m3 de tierra alrededor. Afortunadamente, las máquinas no han dado problemas de fugas ni vertimientos”.
Una vez terminado el proyecto, la naturaleza volverá a recuperar su lugar. Se plantarán árboles y la exhuberancia de la selva tropical borrará en muy poco tiempo cualquier indicio de la intervención humana. Hasta entonces, Tommy y su equipo tendrán que seguir soportando la lluvia, el barro, el calor, los animales salvajes, los insectos y las largas jornadas de trabajo. MPA